Una luz, una mesa y un vaso de agua.
─Entonces, ¿no siente remordimientos por lo que hizo?
─Claro, como lo sentiría cualquier persona normal. ¿Me da otro cigarrillo?
─¿Cree que lo que usted hizo es normal?
─No, bueno…
─¿Bueno?
─¡Ay! Y usted, ¿Qué hubiera hecho?
Un sofá, una tele, una mesita de centro y una alfombra de rombos rojos.
─Chantino, eres una plasta de sofá ¿te lo han dicho? No haces nada en todo el día.
─¡Ay, mamá! No empieces, me acabo de sentar.
─¿Ahora así nos llevamos? “Ni impiicis”
─¡Ash, cómo eres! Ándale, siéntate, vamos a ver la serie.
─Bueno, pero dame un masaje en los hombros que estoy super tensa.
─¡Todo quieres! Ya consíguete un güey bien acá que te haga de todo, ya te hace falta.
─¡Grosero! Ven acá para darte un sopapo, mi muchachote.
Una caja registradora, una vitrina, dos coca-colas tamaño familiar.
─Doña Sara, ¿Va a llevar algo más? ¿Sus cigarros?
─No, Don Rubén, nomás con las dos cocas.
─Qué bueno que lo intente de nuevo.
─¡Ya sé! Y esta vez va con intención. Se lo cambié a Chanti por que empiece a trabajar.
─¡Ese muchacho! Pues de hecho el señor Matis, el de la esquina naranja, el que se acaba de cambiar, me dijo que estaba buscando un muchacho para que le ayude a organizar su colección de revistas que todavía tiene en cajas.
─¡Ah! ¿Don Julián? Pues mi hijo tiene un montón de comics en bolsitas, creo que eso si podría hacer. Se lo voy a mandar.
Una mesa, una estufa, dos platos con huevo revuelto, un bote de leche.
─¡Buenos días!
─mmm
─¿Estás bien?
─mmm
─”mmm” ¿Qué?
─Nada.
─La adolescencia ataca de nuevo. ¿Vas a ir ahorita con Don Julián?
─No
─Chantino, ¡teníamos un trato!
─¡No me importa, no quiero regresar ahí nunca más!
─Pero, Chianti, querido, no te vayas… tu huevo…
Un escritorio con una computadora, una silla giratoria, un cenicero vacío
─Sara1979
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“Julián Matis”
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Una casa color naranja, una puerta cerrada, un interruptor de timbre eléctrico.
─Hola, ¿Don Julián? Soy Sara, la mamá de Santiago.
─Mucho gusto, ¿en qué puedo ayudarle?
─Sé quién es usted en realidad.
─No sé a qué se refiere. ¿Qué le dijo Santi?
─Santiago, se llama Santiago.
─¿Y bien?
─¡Tiene que confesar sus crímenes!
─Por favor, pase, vamos a hablar.
Un parque, una bicicleta en el piso, una banca, varias palomas.
─Mamá, ¿por qué fumas tanto?
─No lo sé Chanti, por los nervios, supongo.
─¿Qué son los nervios?
─Cosas de adultos, miji.
─¿Son las cosas que tu y papá hablaban en el hospital antes de que se fuera?
─Algo así… si, algo así.
─Yo no quiero saber de cosas de adultos. Tus cigarros huelen muy feo.
─Lo sé Chianti. Un día dejaré de hacerlo.
─¿Lo harás por papá?
─No Chianti, lo haré por ti.
Una sala de muebles descoloridos, una televisión vieja, muchas cajas llenas de revistas en el piso.
─Siéntese, ¿le ofrezco algo de tomar?
─¡Don Julián! Si usted no se entrega, yo lo voy a denunciar.
─Ahora veo de dónde sacó Santiaguito lo guapo. Es usted muy atractiva Doña Sarita.
─¡Esto tiene que parar! Tiene que confesar lo que le hizo a mi Chianti, y quien sabe a cuantos más.
─¿Por qué no nos ponemos cómodos?
─¡Aléjese!
De nuevo una luz, una mesa y un vaso de agua.
─No estamos aquí por lo que yo hubiera hecho Doña Sara, estamos aquí por usted.
─¿Y qué hay de lo que le hizo a mi hijo?
─De eso ya no lo podemos enjuiciar después de lo que usted hizo. Pero si usted me lo pregunta, lo tenía más que merecido. De cierta manera mis colegas, yo incluido, le reconocemos eso, señora.
─¿Y que va a pasar conmigo?, ¿y con Chianti?
─Eso lo va a decidir el señor juez, pero no se preocupe, en estos casos el sistema se porta muy benevolente, no creo que le den muchos años.
─¿Años?
─Señora, una acuchillada es defensa propia, pero ¿veinticinco?