Rodeada de
animales de peluche, muñecas barbie y otros cientos de juguetes para
niñas sentados en los estantes y regados por la habitación de paredes rosas, se
encontraba Juana, no “Juanita”, ya que odiaba ser referida por ese nombre que
para su gusto era abominable y corriente.
Hoy tocaba el día de la fiesta de té con el jet-set de sus
juguetes, que esta semana figuraban en la lista de invitados a la barbie premio
nobel, Teela la mujer de armas, los tres unicornios pinxies y la
recién adquirida polly-pocket flamingo, que aún conservaba su aroma a
juguete nuevo. La conversación pronto volvió al tema favorito de la sesión
semanal: Arela.
─¡Ay, si! Con sus hijos lelos que van a escuelas caras ─dijo con
sorna uno de los unicornios.
─¡Uy! Y el maridito que va todos los días al gimnasio, de seguro
va a ligar con chicas de veinte años. ─comentó con envidia la barbie de
traje negro y medalla de plástico dorada.
─¡Es suficiente! ─pronunció con autoridad Juana. ─Esa atenida no
merece que le dediquemos tiempo en nuestra importante reunión, tenemos otros
asuntos que discutir, como los méritos de cada uno de ustedes para seguir en
esta mesa la semana que viene. ─Dijo, mientras volteaba a ver el cuerpo desnudo
y desmembrado de la mujer maravilla, que, de entre las sombras del rincón más
oscuro de la habitación, se alcanzaba a percibir; a lo que los comensales
abrieron sus ojos con miedo y luego comenzaron a verse mutuamente, tratando de
identificar defectos que pudieran remarcar.
Al terminarse el té y concluyendo cada uno de los juguetes su
exposición de las debilidades de sus rivales, Juana dio permiso de dar por
terminada la reunión, salió de la habitación rosada, la cerró bajo llave y se
dirigió al cuarto de mamá, que se encontraba aún en la cama, leyendo.
─Mamá, tenemos que hablar ─habló con el tono infantil de una niña
mimada que quiere decir algo serio.
Juana se subió a la cama, retiró el libro que mamá tenía en las
manos y se acurrucó junto a ella.
─Sabes bien que estos momentos son los únicos que tengo para
relajarme ─dijo mamá en un tono combinado entre negociación con una menor y
reproche.
Juana respondió con una mirada tierna a modo de puchero.
─Está bien, está bien, ¿qué juguete quieres ahora? ─Se rindió mamá
ante aquellos ojos tiernos.
─El Lego de Frozen II, ¡obvio! Pero no es eso de lo
que quiero hablar.
─Oh, vaya. Para variar ¿qué se te metió esta vez en esa cabecita?
─replicó mamá, sospechando hacia donde se dirigiría la conversación.
─Lo único que debería importarte: destruir la vida de Arela para
que podamos al fin ser felices.
─Ya hemos discutido esto antes. Para ti es muy fácil que yo haga
todo y al final tu bien simple, te vas y te encierras en tu cuarto, y la que
tiene que enfrentar las consecuencias soy yo.
─Esta vez tengo un plan con el que no tendrás que volver
preocuparte de nada de eso, escucha.
Y Juana tuvo toda la atención de mamá por el resto de la mañana.
Con dificultad, Arela trataba de remover el hacha atorada en el
del cráneo de su esposo, al tiempo que la puerta de la casa salía volando por
los aires propulsada por la fuerza del ariete de la policía. Pronto se vio
rodeada de gendarmes que apuntaban sus armas hacia ella, gritándole que soltara
todo, pusiera las manos en la nuca y se tirara de rodillas. Al darse cuenta del
charco de sangre a su alrededor, el cuerpo de su marido sin cabeza y los
miembros de sus dos hijos adolescentes regados por toda la sala, Arela comenzó
a llorar en un ataque de pánico, como si hubiera acabado de despertar de un
trance, y gimoteó en un susurro apenas audible que se elevó gradualmente de
tono hasta convertirse en gritos de histeria y horror.
─¡Yo no los maté, se los juro, yo no lo hice... mis bebés!
Tras un breve y contundente dolor, todo se volvió oscuridad
después del macanazo que un agente descargó sobre su cabeza.
El tema de conversación de esta semana en la fiesta de té fue el
habitual.
─¡Ugh, si! Luis, el menor, siempre con la tapa del escusado abajo
cuando meaba, toda llena de orines, ¡guácala! ─chismorreó Teela.
─Y ni hablar del mayorcito, con sus calcetines crujientes
escondidos, según él, debajo del colchón, al lado de sus revistas pornográficas
─acusó Elsa, del Lego de Frozen II, la nueva del club, que al
terminar su aportación causó que más de uno de los juguetes ahí sentados
voltearan a ver por el rabillo del ojo los restos del unicornio dorado esparcidos
por el usual rincón─. No se perdió nada con la muerte de esos dos.
─Pero no debemos pasar por alto al difunto esposito ─interrumpió
Juana─ siempre con sus demandas: que si la camisa almidonada y planchada, que
si las corbatas tenían que estar en rollo y no colgadas que se les marca el
ganchillo, que si el café con leche de almendras que porque la lactosa y,
encima de todo eso, tener que soportarlo sobre ella todas las noches, con aquel
pene doblado con prepucio que dan ganas de vomitar… pero bueno, no tendremos
que preocuparnos de ese tema nunca más, nada podrá volver a interferir con mi
felicidad y la de mamá.
Dicho esto, dio por concluida la reunión disculpándose por tener
otros asuntos más importantes y posponiendo el debate sucesorio hasta una fecha
no determinada. Puso cerrojo a la puerta de la habitación rosa como era
costumbre y se dirigió a visitar a mamá.
Juana tarareó su melodía favorita de Frozen mientras se
acurrucaba con mamá. Mamá tenía los ojos a medio cerrar, su respiración se
volvió algo violenta cuando un enfermero le puso una inyección en el brazo,
pero a los pocos segundos se tranquilizó y unió sus párpados. Esta vez, Juana
no tuvo que retirarle su lectura para hablar con ella porque sus brazos y
piernas estaban bien amarrados a los barrotes de la camilla, así es que
disponía de toda su atención. El enfermero dio un vistazo al diagnóstico
psiquiátrico y su mueca de indiferencia se transformó en una sonrisa irónica.
─Bonita canción la que cantas, Arela. Nunca había estado con tres
al mismo tiempo ─susurró el enfermero dirigiéndose a la puerta del
confinamiento en solitario, la cerró con llave desde adentro, obstruyó la
mirilla con un trapo y empezó aflojarse el cinturón─, esto será divertido.
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