sábado, enero 25, 2025

Tulipanes


 

A veces me pregunto si la artista me ha instalado junto a estos tulipanes para subrayar esa supuesta delicadeza que esperan de mí, como si fuera un florero viviente, inofensivo y ornamental. Sin embargo, mientras sostengo esta mirada aparentemente serena, dejo que la mente divague: sobre las manos que me pintan, sobre la forma en que me observan, sobre las historias que intentan escribir en mi piel. Me cansa la condescendencia con que me ofrecen un halo de “virtud” o “misterio” por el mero hecho de no alzar la voz. Al contrario, en mi silencio hay un filo que examina y disecciona, un pulso que late fuerte contra la idea de ser solo un adorno. Quizá el mayor secreto que guardo es que ni siquiera me molesta ser contemplada; lo que me irrita es que crean que no soy capaz de contemplar de vuelta.

Desde la distancia, él imagina que ella —con la leve inclinación de su cabeza y esa mirada imperturbable— está alimentando toda clase de pensamientos subversivos detrás de su fachada serena. Se convence de que ella se burla en silencio de quienes la ven solo como una imagen, un objeto que adornar con tulipanes. Está convencido de que, en el fondo, ella piensa en la hipocresía de estar siempre a disposición del escrutinio de otros, como si sus contornos y colores fueran meros adornos para el consumo ajeno. Por su expresión, él deduce que en esa quietud hay un pulso rebelde: un hartazgo de ser interpretada según conveniencias externas. Y aunque ella parezca conformada con su posición en el lienzo, él sabe —o cree saber— que su mente desafía la mirada de cualquiera que pretenda domesticarla.


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