jueves, septiembre 09, 2021

Literatura de Ficción: De la Nigromancia al arte de Pescar

Todas las artes están subordinadas a las convenciones propias de las vicisitudes de sus procesos creativos: La escritura no es la excepción; sin embargo, el arte de escribir ─en especial el género de ficción─ se toma libertades creativas diferentes a todas las demás artes, en un nivel de disimilitud tan alto que tiene por consecuencia provocar que, dentro de las pastas de un libro, el autor se convierta en un soberano y nosotros, los lectores, sus obedientes súbditos. Esto da lugar a un rango de personalidades de escritores que pueden variar desde un rey complaciente y generoso, hasta una tirana conquistadora al mando de ejércitos de leales vasallos.

¿Qué son estas convenciones propias de cada arte? Esto puede ser fácilmente ejemplificado con el trabajo bien conocido de Miguel Ángel Buonarroti que, si bien se vanagloriaba que su oficio consistía simplemente en liberar las esculturas atrapadas en un bloque de mármol de Carrara, su acción redentora le procuraba esclavizarse por meses en la ardua labor de cincelar, tallar y pulir su obra. Lo mismo aplica al ejemplo de la capilla Sixtina, que le cobró años de su vida acostado sobre un andamio a treinta metros de altura, empapado literalmente en pintura y yeso. La genialidad de una obra de arte no se queda en la idea y el concepto, requiere imprescindiblemente del artificio, técnica, experiencia y ardua labor del artista para llevar esa construcción mental a la realidad.

Para el escritor de ficción, estas convenciones van más allá del uso del lenguaje o estructuras literarias, del tema, la historia o inclusive la trama, incluso por delante de sus destrezas en el teclado o máquina de escribir. La verdadera habilidad de un escritor es la de convertirse en un nigromante, un conjurador de entidades que habitan en realidades alternas totalmente desconocidas para él, pero con las que siente una conexión y una necesidad de comunicarles que en este plano existencial habita una mente similar; el escritor mismo. Otro acercamiento a esta habilidad es la de un pescador de caña, que arroja su anzuelo en un lago de profundidad desconocida y visibilidad limitada y que, dependiendo del tamaño, forma y olor de la carnada, tiene ciertas expectativas de la clase de presa que puede atraer, pero que al final sólo está ahí, con la mitad de las piernas hundidas en el fango, por el mero y contradictorio placer de esperar que algo surja de las profundidades sin ninguna expectativa de que realmente pase. De hecho, esta analogía me recuerda una forma de pesca llamada trout tickling (cosquilleo de truchas) mencionada en la Doceava Noche de Shakespeare, que consiste en “sobarle o hacerle cosquillitas en la pancita a una trucha con los dedos. Si se hace de la manera apropiada, la trucha entrará en trance después de un minuto o más y puede ser lanzada al punto más cercano de…” y que me parece la manera más divertida y exacta de describir a un escritor de ficción, que trata de seducir al lector con pequeños detalles que lo hacen sentir bien (o mal, Comedia vs. Tragedia), olvidarse del mundo, hipnotizarlo, y después el escritor puede hacer con el lo que le plazca.

En la secundaria, la maestra de español hizo a mis padres malgastar su dinero en comprarnos un libro con un título espantoso y embustero: “El Galano Arte de Leer”. Leer no tiene absolutamente nada de galanura ni de buen gusto, es como asegurar que la trucha es elegante y gallarda por dejarse engañar por carnada o unos dedos picarones. La producción del ingenio de la seducción siempre estará a cargo del escritor.

Regresemos al creador literario como hechicero oscuro de entidades de otros planos; si bien pudiéramos desviarnos y enfocarnos en los conjuros para evocar los personajes de una obra o en la de establecer una conexión con los lectores, prefiero enfocarme en la capacidad de obtener ayudantes infernales que le ayuden tanto en las labores menos placenteras del galano arte de escribir como en empezar el proceso de invasión y conquista propios del tirano-autor rex.

Rafael Sanzio y Peter Paul Rubens son al arte de la pintura lo que autores como Michael Crichton (a propósito de tiranos rex) e Ian Fleming son para el arte de la escritura de ficción: empleadores de artistas anónimos que implementaron las ideas y siguieron las ideas y los cánones de trabajo del autor principal. Este estilo de ejecución artística se remonta a los gremios del bajo medievo, que empezaron a decaer gracias a los mecenas del renacimiento que subvencionaron la carrera de artistas con la talla de genios, que a su vez retomaron la idea general del gremio pero bajo una única firma de autoría (el arte medieval se caracterizaba por ser puramente eclesiástico y, bajo el principio de humildad, las obras raramente se atribuían a un autor). Rafael y Rubens, cada uno en su época, competían con otros artistas para obtener el mayor número de contratos de patronos no solo del ámbito de la nobleza, pero también de la creciente burguesía, y fue así que prefirieron contratar y formar estudiantes de sus técnicas de creación para que ejecutaran sus obras mientras ellos invirtieran ese tiempo extra de no “tallar piedra”, asistiendo a fiestas y convivios en palacios y casas nobles para asegurar más encargos.  En contraste tenemos a Caravaggio, quien pintaba de manera individual, y aunque su obra fue vastísima, su constante exposición a pinturas basadas en plomo terminó por provocarle un deterioro mental que lo llevó a la muerte justo en la cúspide de su carrera.  De igual manera Crichton y Fleming se comprometieron comercialmente a tantos proyectos que tuvieron que evocar los servicios de ghostwriters (escritores fantasmas) para cumplir con sus contratos, y algunos, como Robert Ludlum (Bourne Identity), que pudieron evocarse a si mismos desde ultratumba para seguir escribiendo secuelas de sus novelas. Después de todo “la única diferencia entre el autor y el ghostwriter es la misma que entre la madre y la partera”.

Aunque el arte de auto-evocarse en múltiples ejecutores de la idea propia, como hemos redactado, no es señera del arte de la escritura per se, si se transforma en único cuando destacamos la habilidad del autor en mantener bajo su control al lector desde los inicios de su obra literaria. Ese mismo control que ningún pintor, compositor, periodista, biógrafo, historiador o dramaturgo podrá tener directamente sobre la psique de su público: la desfachatez de cambiar a voluntad el pasado, presente y futuro, de causar congoja o felicidad al matar o darle otra oportunidad a un personaje; del llevar al extremo la experiencia humana en un cambio caprichoso de humor ocurrido entre un párrafo y otro.

2 comentarios:

Feliponcho dijo...

realmente pase - algo realmente suceda

Feliponcho dijo...

como empezar - como en iniciar los procesos