lunes, febrero 17, 2025

Atardecer en primavera

 Me desperté con la certeza

de que mis alas ya sabían volar;

un latido me anunció sin palabras

que mi corazón está dispuesto a amar.


La luz que acarició mis párpados 

despertó la primavera en mi pecho;

descubrí que el miedo se había dormido

y el deseo de compartir mi vida creció.


No hay cadenas que detengan

este anhelo de entregarme entera;

con las ventanas del alma abiertas,

percibo el horizonte donde florece la espera.


Ahora mis pasos son firmes,

el pulso de mis sueños retumba,

pues entendí que el amor llama

solo cuando estamos listos para su bruma.


sábado, enero 25, 2025

Tulipanes


 

A veces me pregunto si la artista me ha instalado junto a estos tulipanes para subrayar esa supuesta delicadeza que esperan de mí, como si fuera un florero viviente, inofensivo y ornamental. Sin embargo, mientras sostengo esta mirada aparentemente serena, dejo que la mente divague: sobre las manos que me pintan, sobre la forma en que me observan, sobre las historias que intentan escribir en mi piel. Me cansa la condescendencia con que me ofrecen un halo de “virtud” o “misterio” por el mero hecho de no alzar la voz. Al contrario, en mi silencio hay un filo que examina y disecciona, un pulso que late fuerte contra la idea de ser solo un adorno. Quizá el mayor secreto que guardo es que ni siquiera me molesta ser contemplada; lo que me irrita es que crean que no soy capaz de contemplar de vuelta.

Desde la distancia, él imagina que ella —con la leve inclinación de su cabeza y esa mirada imperturbable— está alimentando toda clase de pensamientos subversivos detrás de su fachada serena. Se convence de que ella se burla en silencio de quienes la ven solo como una imagen, un objeto que adornar con tulipanes. Está convencido de que, en el fondo, ella piensa en la hipocresía de estar siempre a disposición del escrutinio de otros, como si sus contornos y colores fueran meros adornos para el consumo ajeno. Por su expresión, él deduce que en esa quietud hay un pulso rebelde: un hartazgo de ser interpretada según conveniencias externas. Y aunque ella parezca conformada con su posición en el lienzo, él sabe —o cree saber— que su mente desafía la mirada de cualquiera que pretenda domesticarla.


lunes, febrero 20, 2023

Abejas en Alejandrinos

 Oh abejas, criaturas divinas,

que con laboriosa entrega

dais dulce néctar a la colmena

y al mundo, miel que ilumina.


Vosotras, ejemplo de constancia,

de la perfección en el trabajo,

laboráis sin pausa ni descanso

para crear vuestra dulce sustancia.


Vuestra labor es como un arte,

en el que cada celda es una obra,

en la que cada miel es un tesoro,

y cada enjambre es un corazón que late.


Oh abejas, maestras de la vida,

que con vuestra labor admirable,

nos enseñáis que el esfuerzo incansable

es la clave del éxito en esta vida.

lunes, septiembre 12, 2022

Macross Plus (1994)


El primer capítulo de esta miniserie de dibujos animados japoneses (animé) comienza con un epígrafe “Dedicado a todos los pioneros” y pasa a la pista musical “Voices” de Yoko Kanno, que es lo único que se escucha durante esta secuencia inicial. La escena comienza con una figura femenina de espaldas, mirando hacia unos generadores eólicos situados en segundo plano sobre una colina cubierta de un pastizal verde ligeramente ondulado por el viento. Acto seguido, dos jóvenes en movimiento tratan de hacer despegar un artilugio volador. Las escenas que siguen evocan un mundo futurista, hombres jóvenes, felices y despreocupados, divirtiéndose bajo la complaciente mirada de una también joven mujer. Este material llegó a mí al final de mi adolescencia, causándome una sensación de esperanza y ensoñación por un futuro que se aproximaba. Más temprano que tarde me di cuenta de que ese tipo de utopías no acontecerían en mi tiempo de vida. Durante una expedición para recabar información de nidos de aves silvestres en los altos de Jalisco, México, me encontré ante un paisaje muy similar, obvio, sin los aparatos voladores futurísticos y los rehiletes eólicos, pero si con la brisa agitando los verdes pastos bajo un cielo intensamente azul. Cuando observo esa escena ahora, la añoranza de esos sentimientos juveniles y de mi sensación de libertad en aquellos pastizales “altenses”, no pueden otra cosa que provocarme algunas lágrimas.

¡Adiós a Lenin! (2003)



Esta película se desarrolla durante la reunificación de Alemania en 1990. Alex (Daniel Bruhl) trata de proteger de un shock fatal al frágil corazón de su madre que apenas se recupera de un largo coma del que despertó justo durante los hechos claves que causaron la caída del comunismo en la Alemania del este, tan amado por su madre. Como un buen  hijo, Alex lo intenta todo para hacer creer a su madre (Katrin Saß) que la Alemania comunista todavía se mantiene vigente, y trata de explicarle (mentirle) a su madre todos los cambios que alcanza a percibir a través de un falso noticiario de televisión que dirige y produce con su amigo, un videoasta aficionado. Alex y su hermana tienen varios trabajos para mantener la familia a flote y no puede evitar quedarse dormido mientras cuida a su madre y a su sobrina de un año. Madre, a quien mantienen en cama por su condición –así como de impedirle encontrarse con esta nueva realidad que de seguro terminaría por destrozar su amor por el comunismo y por ende, su pobre corazón– despierta cuando la niña se emociona al observar un dirigible publicitario a través de la ventana. No se atreve a despertar a su cansado hijo. El dirigible se pierde tras un edificio cuando madre, con movimientos lentos, llega hasta la ventana. Aquí, comienzan unas notas de piano melodramáticas de la pista musical “Goodbye Lenin!”, compuesta por Yann Tiersen, que evocan peligro y a la vez suscitan algo inesperado. Madre se siente con un poco de energía y tras cerrar la puerta del dormitorio para que no se salga la bebé, se dirige hacia la puerta del departamento. Al alcanzarla, la pista musical se detiene. La escena se mueve afuera del edificio de departamentos. Unos muchachos punk están mudándose al edificio y la tratan con amabilidad ofreciéndole una silla para que descanse. A madre le llaman la atención, un lote de carros BMW al otro lado de la avenida y anuncios de Ikea en un poste en la calle, se incorpora y comienza a explorar, con una curiosidad mezclada con extrañamiento. La pista musical se reinicia, con un crescendo de notas de piano al que se les une una sinfonía de cuerdas que siguen el ritmo esperanzador del piano, provocando la expectativa de una realización casi religiosa; cuando la cámara pasa a un helicóptero que transporta colgado de unas cuerdas un monumento de bronce de Lenin que, con el girar del helicóptero, termina apuntando con su mano metálica hacia la madre de Alex, como despidiéndose de ella. Madre no puede explicarse qué está pasando. Para este instante Alex ya había despertado y salía corriendo a buscarla y, junto con su hermana Ariane (Maria Simon) que regresaba de comprar el mandado, llegan a tomarla por los brazos y llevarla con cuidado de regreso a casa. La emotividad producida por la combinación de la música y el simbolismo del encuentro de la madre con la efigie de Lenin siendo desplazada fuera de la ciudad, solo puedo describirla como sublime e infinitamente conmovedora.

Gremlins (1984)


Billy (Zack Galligan) acompaña a Kate (Phoebe Cates) a su casa después de su trabajo nocturno como mesera del bar local del pueblito en el midwestern americano donde viven. Pete le platica de sus sueños de ser dibujante y mudarse a la gran ciudad, obteniendo la empatía de Kate por unos minutos antes de perderla cuando Billy menciona lo mucho que le gusta la Navidad. La expresión de enamoramiento de Kate se torna en un rostro sombrío y su actitud se vuelve distante. Más adelante, en la cinta, después de que los gremlins han tomado el pueblo, Kate extrañamente decide obsequiarle a Billy, Gizmo (el mowli bondadoso y audaz que por un accidente ocasionado por Billy se convierte en la fuente de los agresivos y destructores gremlins) y a la audiencia con la historia de porque odia la Navidad. Resulta ser que el padre de Kate se resbaló y se rompió el cuello mientras intentaba bajar por la chimenea vestido como Santa, y el cuerpo no fue descubierto hasta varios días después, agregando “y así fue como me enteré de que no existía Santa Claus”. Es bizarramente macabro, pero también extremadamente memorable. Esta escena casi es removida del filme. Por muchos años esta escena me pareció eso, bizarra, pero interesante, incluso cuando vi la película por primera vez cuando contaba con apenas seis años de edad, aunque no al nivel de provocarme llorar; supongo que ahora que soy padre esta reacción es causada por mi proyección paternal hacia el papá de Kate.

Ghost (1990)

 

Sam (Patrick Swayze) y Oda Mae (Whoopy Goldberg) salvan a Molly (Demi Moore) del villano de la película, Carl (Tony Goldwyn), que se trata ni más ni menos que del mismísimo mejor amigo de la pareja protagonista que, por celos y unos negocios turbios de lavado de dinero del narcotráfico, contrata a un rufián para asesinar a Sam. La razón de Carl: Sam ya se empezaba a dar cuenta de dichas tretas financieras… y obvio también para quedarse con el amor de Molly.
Regresando a la escena final que me conmueve tanto y que parte de un contraste de luz prevaleciendo sobre la oscuridad: sucede tras la muerte accidental y bien merecida de Carl, cuya alma, tras abandonar el cuerpo, es atrapado por unos seres oscuros (respaldados por unos efectos sonoros extremadamente escabrosos) que surgen del suelo para llevárselo al infierno. Acto seguido, Sam se dirige a Oda Mae, preguntándole si puede hablar con Molly (ya que Oda Mae, la medium, es la única con el don de escucharlo). Molly en ese instante se da cuenta de que puede escucharlo y de que una luz celestial inunda la escena, revelando la figura fantasmal de Sam por completo. Comienza una versión con violines y arpa de Unchained Melody, Sam se pone de rodillas para besar a Molly, quien después de la pelea contra Carl, yace en el suelo recargada contra una pared. Sam, con su rostro angelical, figura atlética y atractiva (y translucida), tras despedirse de Oda Mae, vuelve a Molly para decirle que la ama y que siempre la amará. Molly, se incorpora y con lágrimas en los ojos (bellísima como lo era en ese momento (y sigue siendo) Demi Moore), le contesta con el famosísimo “ditto”, que en la versión en español se subtituló y dobló como “ídem”. Sam camina dando pasos en retroceso hacia la luz, que ahora abarca toda la pantalla del cine y le describe a Molly lo que siente, hasta que da media vuelta y se pierde en la luz seguida del ennegrecimiento de la pantalla y los créditos de la película. Imposible no llorar con esto.

Narraciones que me hacen llorar

 Hace unos días en un chat, contesté en la forma de un “ya me puedo morir”, en referencia en tono jocoso a una supuesta realización de algo en la vida. Quise ir más allá y complementar con un meme de Sam viendo la luz, despidiéndose por última vez de Molly. Sí, estoy hablando de esta famosa escena final del largometraje Ghost (1990) con Patrick Swayze, Demi Moore y Whoopie Goldberg. Al observar de nuevo esta secuencia, en el gif animado (que sí existe en Tenor), tuve las mismas sensaciones que, de una década para acá, me provocan este tipo de escenas: un nudo en la garganta, ojos llorosos y contracturas de músculos faciales que comienzan en espasmos abdominales, es decir, llorar. Ya recompuesto de esta micro pausa ultrasentimentalista me puse a pensar, no en el porqué, si no en sí pudiera hacer un recuento de las escenas que me provocan este tipo de reacciones. Ofrezco al lector mis reflexiones hasta el final, ya que creo que este ejercicio me dará una mejor idea de la razón. En las entradas de este blog con el tag "Narraciones que me hacen llorar" iré relatándoselas.

viernes, octubre 15, 2021

Las Apariciones de la Anciana Acomedida


Esto sucedió en Ciudad Victoria, Tamaulipas, México, hace como 20 años. Le sucedió a la hermana de la esposa de un amigo que hice en la universidad.

Todo comenzó cuando esta persona y su esposo compraron su primera casa justo después de casarse: era su "nidito de amor". A las pocas semanas de comprarla, la chica (que he olvidado su nombre), algunos minutos después de que su marido saliera al trabajo y mientras tendía la cama, escuchó como si alguien estuviera barriendo afuera de la casa. Se asomó por la ventana de la alcoba principal, situada en el segundo piso, y se asustó al ver que había una viejita con un vestido azul barriendo su cochera. El susto se le bajó un poco cuando observó que la viejita tenía una sonrisa apacible y que, aunque barría con cansancio, lo hacía con dedicación. La cochera de la casa básicamente era una extensión de la banqueta, con algunos parches de pasto que aún estaba creciendo, así es que pensó que se trataba de alguna vecina que le estaba haciendo el favor. Bajó a saludarla, presentarse y agradecerle por el gentil gesto, pero al abrir la puerta de la calle, la viejita había desaparecido. Esto la volvió a asustar, según lo que me contó mi amigo.

Unos días después, su hermana salió corriendo de la casa, gritando del susto, al encontrarse a la misma anciana limpiando la mesa de la cocina. Pensó que era un fantasma. Las vecinas alarmadas salieron a calmarla y ver que pasaba. Juntas, se armaron de valor para entrar a la casa y averiguar que estaba sucediendo: no encontraron a nadie. Después de tranquilizarse, algunas vecinas le platicaron que en esa casa vivían dos señores ya grandes y que se acuerdan muy bien que el señor se murió hace algunos años y que la señora vivía sola ahí, hasta que un día se enfermó y sus hijos la llevaron al hospital y ya nunca regresó. Le contaron también que al poco tiempo los hijos pusieron la casa en venta a través de una agencia y supusieron que la viejita se había muerto. Una vecina incluso aseguró que se había muerto de tristeza, por estar sola, aunque otras dijeron que era una señora muy amable, que casi no se juntaba con los vecinos, pero que nunca se metió con nadie. No faltó la vecina que dijo que cuando estaban sacando las cosas de la viejita para ponerlas en un camión fletero vieron algunas cosas raras y una tabla que parecía como "güija".

La señora se siguió apareciendo. No siempre llevaba el vestido azul, a veces traía un camisón de franela a cuadros rojos, o un vestido floreado. Después de varios meses inclusive el marido la había visto. Comenzó a volverse costumbre. Un día, decidieron que si la volvían a ver, intentarían platicar con ella.

Un domingo por la mañana, al regresar del mercado, la vieron parada en el jardín de atrás de la casa, de pie, con las manos en las caderas, observando con una sonrisa casi angelical las flores de las gardenias que estaban empezando a brotar. La pareja se armó de valor y salieron despacio y con mucho miedo, se presentaron y la señora también se presentó, les dijo su nombre y ellos le preguntaron qué estaba haciendo. Ella les contestó que estaba oliendo las flores de las matas que ella había plantado hace mucho tiempo, y que esta había sido su casa, pero que sus hijos se la habían llevado a vivir a Tampico, que extrañaba mucho su casa y siempre soñaba que la limpiaba, barría y venía a cuidar sus plantitas. En eso, la señora dijo que le hablaban y desapareció frente a sus ojos.

La hermana de mi amigo y su esposo inmediatamente se pusieron en contacto con la agencia inmobiliaria, consiguieron los datos de la familia de los anteriores dueños y les hablaron por teléfono: en efecto, la señora seguía viva.

Mi amigo me contó que al parecer, unos meses después, se pusieron de acuerdo para que la señora fuera a visitar su antigua casa y que su hermana se hizo muy amiga de la viejita, pero ya nos pusimos a platicar de otra cosa y no supe bien que pasó después.

jueves, septiembre 09, 2021

Literatura de Ficción: De la Nigromancia al arte de Pescar

Todas las artes están subordinadas a las convenciones propias de las vicisitudes de sus procesos creativos: La escritura no es la excepción; sin embargo, el arte de escribir ─en especial el género de ficción─ se toma libertades creativas diferentes a todas las demás artes, en un nivel de disimilitud tan alto que tiene por consecuencia provocar que, dentro de las pastas de un libro, el autor se convierta en un soberano y nosotros, los lectores, sus obedientes súbditos. Esto da lugar a un rango de personalidades de escritores que pueden variar desde un rey complaciente y generoso, hasta una tirana conquistadora al mando de ejércitos de leales vasallos.

¿Qué son estas convenciones propias de cada arte? Esto puede ser fácilmente ejemplificado con el trabajo bien conocido de Miguel Ángel Buonarroti que, si bien se vanagloriaba que su oficio consistía simplemente en liberar las esculturas atrapadas en un bloque de mármol de Carrara, su acción redentora le procuraba esclavizarse por meses en la ardua labor de cincelar, tallar y pulir su obra. Lo mismo aplica al ejemplo de la capilla Sixtina, que le cobró años de su vida acostado sobre un andamio a treinta metros de altura, empapado literalmente en pintura y yeso. La genialidad de una obra de arte no se queda en la idea y el concepto, requiere imprescindiblemente del artificio, técnica, experiencia y ardua labor del artista para llevar esa construcción mental a la realidad.

Para el escritor de ficción, estas convenciones van más allá del uso del lenguaje o estructuras literarias, del tema, la historia o inclusive la trama, incluso por delante de sus destrezas en el teclado o máquina de escribir. La verdadera habilidad de un escritor es la de convertirse en un nigromante, un conjurador de entidades que habitan en realidades alternas totalmente desconocidas para él, pero con las que siente una conexión y una necesidad de comunicarles que en este plano existencial habita una mente similar; el escritor mismo. Otro acercamiento a esta habilidad es la de un pescador de caña, que arroja su anzuelo en un lago de profundidad desconocida y visibilidad limitada y que, dependiendo del tamaño, forma y olor de la carnada, tiene ciertas expectativas de la clase de presa que puede atraer, pero que al final sólo está ahí, con la mitad de las piernas hundidas en el fango, por el mero y contradictorio placer de esperar que algo surja de las profundidades sin ninguna expectativa de que realmente pase. De hecho, esta analogía me recuerda una forma de pesca llamada trout tickling (cosquilleo de truchas) mencionada en la Doceava Noche de Shakespeare, que consiste en “sobarle o hacerle cosquillitas en la pancita a una trucha con los dedos. Si se hace de la manera apropiada, la trucha entrará en trance después de un minuto o más y puede ser lanzada al punto más cercano de…” y que me parece la manera más divertida y exacta de describir a un escritor de ficción, que trata de seducir al lector con pequeños detalles que lo hacen sentir bien (o mal, Comedia vs. Tragedia), olvidarse del mundo, hipnotizarlo, y después el escritor puede hacer con el lo que le plazca.

En la secundaria, la maestra de español hizo a mis padres malgastar su dinero en comprarnos un libro con un título espantoso y embustero: “El Galano Arte de Leer”. Leer no tiene absolutamente nada de galanura ni de buen gusto, es como asegurar que la trucha es elegante y gallarda por dejarse engañar por carnada o unos dedos picarones. La producción del ingenio de la seducción siempre estará a cargo del escritor.

Regresemos al creador literario como hechicero oscuro de entidades de otros planos; si bien pudiéramos desviarnos y enfocarnos en los conjuros para evocar los personajes de una obra o en la de establecer una conexión con los lectores, prefiero enfocarme en la capacidad de obtener ayudantes infernales que le ayuden tanto en las labores menos placenteras del galano arte de escribir como en empezar el proceso de invasión y conquista propios del tirano-autor rex.

Rafael Sanzio y Peter Paul Rubens son al arte de la pintura lo que autores como Michael Crichton (a propósito de tiranos rex) e Ian Fleming son para el arte de la escritura de ficción: empleadores de artistas anónimos que implementaron las ideas y siguieron las ideas y los cánones de trabajo del autor principal. Este estilo de ejecución artística se remonta a los gremios del bajo medievo, que empezaron a decaer gracias a los mecenas del renacimiento que subvencionaron la carrera de artistas con la talla de genios, que a su vez retomaron la idea general del gremio pero bajo una única firma de autoría (el arte medieval se caracterizaba por ser puramente eclesiástico y, bajo el principio de humildad, las obras raramente se atribuían a un autor). Rafael y Rubens, cada uno en su época, competían con otros artistas para obtener el mayor número de contratos de patronos no solo del ámbito de la nobleza, pero también de la creciente burguesía, y fue así que prefirieron contratar y formar estudiantes de sus técnicas de creación para que ejecutaran sus obras mientras ellos invirtieran ese tiempo extra de no “tallar piedra”, asistiendo a fiestas y convivios en palacios y casas nobles para asegurar más encargos.  En contraste tenemos a Caravaggio, quien pintaba de manera individual, y aunque su obra fue vastísima, su constante exposición a pinturas basadas en plomo terminó por provocarle un deterioro mental que lo llevó a la muerte justo en la cúspide de su carrera.  De igual manera Crichton y Fleming se comprometieron comercialmente a tantos proyectos que tuvieron que evocar los servicios de ghostwriters (escritores fantasmas) para cumplir con sus contratos, y algunos, como Robert Ludlum (Bourne Identity), que pudieron evocarse a si mismos desde ultratumba para seguir escribiendo secuelas de sus novelas. Después de todo “la única diferencia entre el autor y el ghostwriter es la misma que entre la madre y la partera”.

Aunque el arte de auto-evocarse en múltiples ejecutores de la idea propia, como hemos redactado, no es señera del arte de la escritura per se, si se transforma en único cuando destacamos la habilidad del autor en mantener bajo su control al lector desde los inicios de su obra literaria. Ese mismo control que ningún pintor, compositor, periodista, biógrafo, historiador o dramaturgo podrá tener directamente sobre la psique de su público: la desfachatez de cambiar a voluntad el pasado, presente y futuro, de causar congoja o felicidad al matar o darle otra oportunidad a un personaje; del llevar al extremo la experiencia humana en un cambio caprichoso de humor ocurrido entre un párrafo y otro.

domingo, septiembre 05, 2021

Let It Go

Rodeada de animales de peluche, muñecas barbie y otros cientos de juguetes para niñas sentados en los estantes y regados por la habitación de paredes rosas, se encontraba Juana, no “Juanita”, ya que odiaba ser referida por ese nombre que para su gusto era abominable y corriente.

Hoy tocaba el día de la fiesta de té con el jet-set de sus juguetes, que esta semana figuraban en la lista de invitados a la barbie premio nobel, Teela la mujer de armas, los tres unicornios pinxies y la recién adquirida polly-pocket flamingo, que aún conservaba su aroma a juguete nuevo. La conversación pronto volvió al tema favorito de la sesión semanal: Arela.

─¡Ay, si! Con sus hijos lelos que van a escuelas caras ─dijo con sorna uno de los unicornios.

─¡Uy! Y el maridito que va todos los días al gimnasio, de seguro va a ligar con chicas de veinte años. ─comentó con envidia la barbie de traje negro y medalla de plástico dorada.

─¡Es suficiente! ─pronunció con autoridad Juana. ─Esa atenida no merece que le dediquemos tiempo en nuestra importante reunión, tenemos otros asuntos que discutir, como los méritos de cada uno de ustedes para seguir en esta mesa la semana que viene. ─Dijo, mientras volteaba a ver el cuerpo desnudo y desmembrado de la mujer maravilla, que, de entre las sombras del rincón más oscuro de la habitación, se alcanzaba a percibir; a lo que los comensales abrieron sus ojos con miedo y luego comenzaron a verse mutuamente, tratando de identificar defectos que pudieran remarcar.

Al terminarse el té y concluyendo cada uno de los juguetes su exposición de las debilidades de sus rivales, Juana dio permiso de dar por terminada la reunión, salió de la habitación rosada, la cerró bajo llave y se dirigió al cuarto de mamá, que se encontraba aún en la cama, leyendo.

─Mamá, tenemos que hablar ─habló con el tono infantil de una niña mimada que quiere decir algo serio.

Juana se subió a la cama, retiró el libro que mamá tenía en las manos y se acurrucó junto a ella.

─Sabes bien que estos momentos son los únicos que tengo para relajarme ─dijo mamá en un tono combinado entre negociación con una menor y reproche.

Juana respondió con una mirada tierna a modo de puchero.

─Está bien, está bien, ¿qué juguete quieres ahora? ─Se rindió mamá ante aquellos ojos tiernos.

─El Lego de Frozen II, ¡obvio! Pero no es eso de lo que quiero hablar.

─Oh, vaya. Para variar ¿qué se te metió esta vez en esa cabecita? ─replicó mamá, sospechando hacia donde se dirigiría la conversación.

─Lo único que debería importarte: destruir la vida de Arela para que podamos al fin ser felices.

─Ya hemos discutido esto antes. Para ti es muy fácil que yo haga todo y al final tu bien simple, te vas y te encierras en tu cuarto, y la que tiene que enfrentar las consecuencias soy yo.

─Esta vez tengo un plan con el que no tendrás que volver preocuparte de nada de eso, escucha.

Y Juana tuvo toda la atención de mamá por el resto de la mañana.

Con dificultad, Arela trataba de remover el hacha atorada en el del cráneo de su esposo, al tiempo que la puerta de la casa salía volando por los aires propulsada por la fuerza del ariete de la policía. Pronto se vio rodeada de gendarmes que apuntaban sus armas hacia ella, gritándole que soltara todo, pusiera las manos en la nuca y se tirara de rodillas. Al darse cuenta del charco de sangre a su alrededor, el cuerpo de su marido sin cabeza y los miembros de sus dos hijos adolescentes regados por toda la sala, Arela comenzó a llorar en un ataque de pánico, como si hubiera acabado de despertar de un trance, y gimoteó en un susurro apenas audible que se elevó gradualmente de tono hasta convertirse en gritos de histeria y horror.

─¡Yo no los maté, se los juro, yo no lo hice... mis bebés!

Tras un breve y contundente dolor, todo se volvió oscuridad después del macanazo que un agente descargó sobre su cabeza. 

El tema de conversación de esta semana en la fiesta de té fue el habitual.

─¡Ugh, si! Luis, el menor, siempre con la tapa del escusado abajo cuando meaba, toda llena de orines, ¡guácala! ─chismorreó Teela.

─Y ni hablar del mayorcito, con sus calcetines crujientes escondidos, según él, debajo del colchón, al lado de sus revistas pornográficas ─acusó Elsa, del Lego de Frozen II, la nueva del club, que al terminar su aportación causó que más de uno de los juguetes ahí sentados voltearan a ver por el rabillo del ojo los restos del unicornio dorado esparcidos por el usual rincón─. No se perdió nada con la muerte de esos dos.

─Pero no debemos pasar por alto al difunto esposito ─interrumpió Juana─ siempre con sus demandas: que si la camisa almidonada y planchada, que si las corbatas tenían que estar en rollo y no colgadas que se les marca el ganchillo, que si el café con leche de almendras que porque la lactosa y, encima de todo eso, tener que soportarlo sobre ella todas las noches, con aquel pene doblado con prepucio que dan ganas de vomitar… pero bueno, no tendremos que preocuparnos de ese tema nunca más, nada podrá volver a interferir con mi felicidad y la de mamá.

Dicho esto, dio por concluida la reunión disculpándose por tener otros asuntos más importantes y posponiendo el debate sucesorio hasta una fecha no determinada. Puso cerrojo a la puerta de la habitación rosa como era costumbre y se dirigió a visitar a mamá. 

Juana tarareó su melodía favorita de Frozen mientras se acurrucaba con mamá. Mamá tenía los ojos a medio cerrar, su respiración se volvió algo violenta cuando un enfermero le puso una inyección en el brazo, pero a los pocos segundos se tranquilizó y unió sus párpados. Esta vez, Juana no tuvo que retirarle su lectura para hablar con ella porque sus brazos y piernas estaban bien amarrados a los barrotes de la camilla, así es que disponía de toda su atención. El enfermero dio un vistazo al diagnóstico psiquiátrico y su mueca de indiferencia se transformó en una sonrisa irónica.

─Bonita canción la que cantas, Arela. Nunca había estado con tres al mismo tiempo ─susurró el enfermero dirigiéndose a la puerta del confinamiento en solitario, la cerró con llave desde adentro, obstruyó la mirilla con un trapo y empezó aflojarse el cinturón─, esto será divertido.