─ ¡Es que eres bien puta! ─
Al decir esto Javi, una lágrima rodó por
la mejilla de Claudia. Se llevó las manos a la cara al sentir el dolor de que alguien a quien amaba le dijera eso. No sólo fue la
herida en el corazón, también el país lejano donde se encontraban. Nunca se
imaginó recibir ese maltrato en medio de los
jardines del Palacio Imperial en Tokio.
El objetivo de ella siempre había sido
encontrar a alguien como él y casarse, tener hijos y tener una vida
despreocupada en un suburbio de clase media alta en Austin. Según ella, Javi
era un buen partido: atlético, ganaba bastante bien en la industria de los
videojuegos, y aparte de ser latino como ella, era una bestia en la cama. Para
él, lo más cercano a un objetivo de vida siempre fue cogerse a cien mujeres
antes de los cuarenta; el doctorado de Claudia y su importante puesto le
importaban nada a comparación de, según sus palabras, lo "buenísima" que estaba, y
que era “el mejor culo que se había cogido en su vida”.
En Kioto, los maltratos de Javi siguieron.
Incluso en el Tori del templo Fushimi Inari, no faltó una escenita debido a la minifalda de
Claudia.
Una semana antes de terminar el viaje, Javi
despertó, y al extender la mano a tientas sobre el tatami, no encontró los senos de Claudia, que era lo
que más le gustaba manosear por la mañana. Abrió los ojos y no había nadie. Se
paró, fue a la cocina, y ahí encontró la nota donde decía que lo dejaba, que
había comprado boletos para regresar inmediatamente a Texas, y que no la
buscara más.
─ ¡Chingao! ─ Profirió Javi, pensando que
tal vez fue demasiado el negarse a compartir el asiento en primera clase que ella
le ofreció en el viaje de venida, sólo para poder viajar a sus anchas, sin
aquella costumbre que el pensaba era de "viejas", de querer
venir “sobres” de él todo el tiempo. Y por primera vez sintió que lo que había
dicho tal vez pudo haber estado mal, y algo se movió en su
corazón: un dolor que había sentido antes, en la niñez, cuando su mamá abrazaba
a su hermano menor después de que él lo había hecho llorar por alguna estúpida
broma.
─Pues ni pex, viejas aquí hay muchas─ pensó, mientras arrugaba el papel y lo arrojaba al piso. Se bañó y se
puso lo primero que encontró en el veliz. Salió del depa en la prefectura de
Shinjuku, y buscó rápidamente algún buen club de “nomikais” (bien conocidas
fiestas de desenfreno en Tokio). El úber terminó por dejarlo en
una calle cerca del barrio de Ikebukuro. Los transeúntes aquí lo veían raro, ajeno. Al llegar al antro que
le marcaba la aplicación de su celular, encontró las puertas cerradas y un
letrero en japonés que en ese momento no supo que decía “No Occidentales”.
Javi, con desenfado, abrió la puerta y sus ojos se iluminaron por la cantidad
de chicas asiáticas topless, que bailaban en medio de luces estroboscópicas, y
servían bebidas a los hombres de traje y corbatas desaliñadas que gritaban con
la lengua de fuera y los ojos inyectados de lujuria. Su ilusión no le duró más
de dos segundos: sintió unos gritos a su espalda y un pesado brazo en su nuca.
En la coyuntura del hombro de su brazo izquierdo sintió el dolor agudo provocado por una
llave de torniquete que lo arrojó de bruces contra el suelo, que lo lastimaba casi con la misma intensidad que los gritos incesantes del guarura en su oído derecho. De repente, un
metálico castañeo de corte de pistola junto
a su sien hizo que todo en su mente se enmudeciera, y sólo pudiera pensar ─ ¡ya
valió madres! ─.
En su mente apareció la expresión que
tendría su madre cuando su hermano le informara que su hijo fue asesinado en un
bar de prostitutas en Japón, y fantaseó la respuesta: ─ ¡Este cabrón! Irse
tan lejos para ir a un putero, ¡tan pendejo! habiendo tantos aquí a la vuelta
¿a poco le gustaban las monas chinas? ¡esas te gustan más a ti mijo!
─
Dos "yakuzas" (miembros de la
mafia japonesa) le dieron la vuelta en el suelo y un tercero le apuntaba con el
arma a escasos centímetros de su cara. Le levantaron la playera y le buscaron
tatuajes por todo el cuerpo, paraît saber si no se trataba de un miembro de un
clan enemigo (por inverosímil que parezca, los rasgos de las personas oriundas
del oriente de México son algunas veces afines con ciertos genotipos
japoneses). Al fin lo dejaron levantarse y le dieron a entender en un inglés muy
carcomido que tenía que pagar el equivalente a cien dólares americanos, ahí mismo, en ese
momento. Javi se los pagó, y dejó inmediatamente el lugar. Al caminar media
cuadra su estómago se revolvió, y vomitó en medio de la calle.
En medio del bamboleo del metro, miró a
una pareja de occidentales que se besuqueaban en un rincón del
carro. La punzada en su corazón regresó, con un inmenso sabor a soledad, y se
apresuró a repetir las palabras que su hermano siempre le repetía "todas las viejas son unas
putas, menos mi mamá y mi hermana". Se puso sus audífonos inalámbricos, y se
perdió en su lista de reproducción de reguetón y hip-hop.
De regreso al departamento, le envió un
mensaje a Claudia "Lo siento, en realidad lo siento, can we talk?" El mensaje se quedó en visto a los pocos segundos. Después de cinco minutos
escribió "Don’t be like that, hon" El mensaje nunca fue recibido.
Intentó llamarle, pero se fue directo a buzón de voz. Balbuceó algunas lágrimas
de cocodrilo, le dijo algunos halagos en tono sexual, y cuando empezó a
proferir obscenidades por haberlo dejado ahí sólo, el tono de final de la grabación se dejó escuchar.
Javi se recostó en el tatami, le dió un
sorbo a la lata de Sapporo por la que reprendió a
Claudia tres días atrás, cuando la mandó a comprar cerveza y no le trajo
las IPA que tanto le gustan; y se dijo a si mismo
─Ni aguanta nada─
Desde su teléfono, actualizó a primera
clase su asiento de regreso, y pronto se quedó dormido viendo un canal de animé.
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