lunes, abril 19, 2021

El Pez


Fishing, with me, has always been 
an excuse to drink in the daytime. Jimmy Cannon

Anoche tuve la misma pesadilla con el pez: Sus ojos sin párpados, su mirada de terror, gritándome en bocanadas “¡Help! ¡Help me!” y yo lo abrazo y le digo “Calma amigo, estás libre.” lo pongo en el agua y segundos después el infeliz brinca al bote de nuevo. Aquello se repite una y otra vez, conmigo gritándole siempre de mil maneras diferentes que no vuelva más; así hasta que despierto.

Ahogarse en definitiva debe ser más placentero en alcohol que en el agua, e infinitamente mejor que ahogarse en el aire. No recuerdo la última vez que estuve sobrio. El sonido del oleaje desde la terraza de mi nueva casa de playa me ayuda a quedarme en la cogorza por largo tiempo y siempre atina en remontarme al origen de mis pesadillas, de cuando todavía tenía aquella casa en el norte de California. Aunque nunca tuve afición alguna por la pesca ─y sigo sin tenerla─, experiencias con nuevos amigos nunca está de más, sobre todo con la promesa alcohol en abundancia y posibles nuevos clientes o socios. Tras varias horas de cervezas e historias de negocios ya lanzaba el anzuelo hasta sin carnada. Sorpresivamente algo mordió y, con el apoyo de los gritos de emoción de un montón de borrachos, saqué aquel enorme, plateado y hermoso pez. La borrachera continuó en mi casa y por alguna razón alguien decidió que como yo lo pesqué, era mi responsabilidad deshacerme de él ─o algo así. Los vapores de la embriaguez nublan mi memoria del porqué terminó en mi sótano.

Días después el hedor en el sótano era insoportable. El pescado era tan enorme y viscoso que era imposible para mí sacarlo de ahí. Traté de aminorar la pestilencia con cal esparcida sobre los restos,  amarré un paliacate mojado a modo de mascarilla y empecé a cavar un hoyo ahí mismo para darle sepultura. Pensé que había roto una tubería cuando me detuvo el ruido contundente de choque con metal. Quité con cuidado la tierra que para mí alivio continuaba seca y una caja de madera con bordes metálicos comenzó a descubrirse. La misma pala sirvió para abrirla y descubrir que estaba llena de una multitud de monedas en varios tamaños y tonos metálicos brillantes, con escudos de dos torres en las caras e inscripciones en latín “Vtraque Vnum”.

Procuro curarme las noches de pesadilla con el pez con un pequeño ritual que no recuerdo ni cuando comencé: Consiste en sacar de la caja fuerte la urna donde aún conservo los restos que calciné aquel mismo día ¿o tal vez fue unos días después cuando los vecinos se quejaron del olor? ─No lo recuerdo. Tomo una pizca de sus cenizas, las mezclo en mi vaso con güiski y me tiro a saborearlos en la terraza, escuchando la deliciosa música del mar y, aunque lo más seguro es que no hagan nada, me provoca placer jugar con la idea de que envenenan mi sangre en un autoflagelo redentor de mi pecado de asfixiar aquel animal, aunque muy bien sé que ni todas sus cenizas ni todo el alcohol del mundo me harán olvidar el terror y las súplicas que el pez me hacía por devolverlo al agua.