domingo, agosto 08, 2021

Tentaciones

La ciudad se va cubriendo de negro mientras me dirijo al viejo barrio de Ximending. La noche pinta bien en este distrito donde los cines, las compras, los puestos de bocadillos, los bares y funciones de arte callejeras crean un ambiente de lozanía en que los jóvenes dan rienda suelta al júbilo del fin de semana.

Al arribar a la estación, una avalancha de humanidad me arrastra hasta las escaleras eléctricas que llevan al nivel de la calle. Conozco bien este lugar y mis pasos logran desviarse de la estampida hacia un callejón semicircular lleno de bares dispuestos uno a continuación del otro.

Haydee me espera justo afuera del bar. Todavía no me acostumbro a su despampanante belleza, a sus largas piernas torneadas, encasquilladas en esos shorts blancos apretados. Sus enormes ojos casi equinos tienen esa peculiaridad de atravesarme el alma con una mirada. Le planto un beso en la mejilla y disfruto enormemente sentir sus labios carnosos hacerme lo mismo. Nos vemos fijamente por unos instantes, sabemos que nos gustamos y que algo podría darse en cualquier momento.

Ella desvía su mirada a su celular, y tras unos dedazos me dice: ─Mis amigos están por llegar.

─¿Cuántos vienen? ─Pregunto.

─Como seis. Te van a caer muy bien. ─Me contesta, como tratando de darme ánimos, y su respuesta me causa humor; de hecho, prefiero que haya más personas alrededor esta noche, al menos por unas horas. Me provoca cierta desazón la diferencia de edades y ciertas necesidades económicas que hasta el momento le he ayudado a solventar, pero no quiero descartar el efecto y las consecuencias que algunas rondas de tragos nos puedan traer a colación.

─Creo que lo mejor será que vayamos pidiendo lugar para cuando lleguen. ─Le aviso, al tiempo que me vuelvo y le hago la petición al mesero que ya se había apostado junto a la puerta desde que nos vio llegar, o al menos lo intento: los ojos desorbitados y actitud nerviosa me hacen entender en dos segundos que el tipo no habla pizca de inglés. Antes de poder reaccionar, siento la mano de Haydee tomar mi brazo, y observo como su fluido mandarín transforma la angustia del pobre sujeto en una sonrisa de alivio. Inmediatamente nos conduce hacia una mesa para diez.

Ella se sienta muy pegada junto a mí y empieza a jugar con mi mano.

─¿Y qué dicen tus líneas? ─Me pregunta, como continuación de una plática que dejamos dos días atrás cuando le hice una demostración de mis pobres intentos de quiromancia.

─Tienes buena memoria. ─Le respondo con una mueca de gracia mezclada con ironía. ─¿Ves esta línea que llega casi hasta la muñeca? Significa que voy a vivir muchísimo tiempo…

─¿Y en el amor? ─Rápidamente interrumpe.

─Ya no tengo más líneas que crucen la línea del amor, supongo que estaré solo el resto de mi vida.

Mi respuesta parece desconcertarla un poco, y como si estuviera predestinado, en ese preciso momento llegan sus amigos ─siete hombres─. Nos ponemos de pie para saludarlos y hacer las presentaciones. Entonces pasa algo chistoso: ella nos empieza a acomodar y me pone en medio de otros: un sujeto menudito de lentes y un gordito simpático entallado en una camisa semi desabotonada estilo hawaiano con su amplio pecho lampiño al descubierto. Ella se sienta del otro lado de la mesa.

Empezamos a pedir tragos, tequila en su mayoría, según ellos para honrar a sus dos anfitriones mexicanos. Después de un rato de risas y chistes en varios idiomas entremezclados, el gordo, que dijo llamarse Alan, deja caer su rechoncha mano sobre mi muslo derecho, diciéndome con un inglés japonizado y una sonrisa coqueta de ojos brillosos ─¡eres lindo! ─Más que ruborizarme, me causa ternura, y sin retirarlo le contesto en forma muy sincera ─¡Muchas gracias! Tú también. ¿A qué te dedicas?

─Soy representante de ventas de teléfonos inteligentes. ─Dijo, variando su tono coqueto a una postura galante y profesional.

─¡Qué interesante! Yo trabajé diseñando esa tecnología algunos años atrás. ─Contesto, desviando la conversación a terrenos profesionales. Así seguimos por un rato, sin olvidarme de intercambiar ocasionalmente miradas de complicidad con Haydee, como tratando de averiguarnos hasta dónde nos había ya desinhibido el alcohol, y es justo en medio de uno de esos encuentros visuales, que un leve apretón en mi pierna me recuerda que Alan nunca retiró su mano, y mi intempestivo desvío de la mirada hacia abajo de la superficie de vidrio la hace darse cuenta de tal demostración homosocial de afecto. La reacción de sorpresa de sus ojos entornados debajo de esas hermosas pestañas negras alargadas, dan lugar a una carcajada que nos deja a todos los comensales en un breve silencio, seguido del más delicioso contagio de alborozo colectivo que he disfrutado en décadas.

Horas después, por fin, ella se levanta y comienza a despedirse. Yo, tras una breve participación en el abucheo, también me levanto y hago lo mismo.

─Te vi subir muchas fotos a Instagram. ¿Me agregas? ─Insiste Alan.

─Claro que sí. ─Después de intercambiar cuentas, me abraza y susurra al oído ─Sabes que soy gay, ¿verdad?

─Lo intuí. ¿Tienes algún problema con que yo no lo sea? ─Respondo con voz suave e invitante.

─No, lindito. ─Contesta mientras nos separamos, mirándome con esa ternura que parece serle patente.

Adentrados en los ya vacíos callejones que una lluvia pasajera ha dejado resbalosos, nos tomamos del brazo para no caernos mientras nos dirigimos hacia una avenida más transitada.

─¿Por qué no te quedaste más rato? Al parecer hiciste un buen amiguito ─Me pregunta Haydee con un tono de sarcasmo, y tal vez una o dos gotas de celos.

─¿Ya olvidaste que te prometí acompañarte a casa? Está super solo. Además, eres la única en todo Taipéi que tiene que levantarse temprano en sábado para ir a dar clases de español.

─Tu siempre tan caballeroso y atento. Tal vez fue lo que le gustó de ti al gordito.

─¿Es lo que es atractivo de mí? ─No veo su reacción por estar pidiendo un Uber en mi celular.

En el trayecto empezamos a poner canciones en nuestros celulares. Vamos cantando como locos. El chofer nos ignora. Nos burlamos de los mensajes de coqueteo que Alan empieza a mandarme y nos alternamos para contestarle.

─Tienes tu pegue con los chicos, quien tuviera tanta suerte. ─Me dice con sorna y creando cierta distancia a la vez. Sé que nos acercamos a su casa.

─Sólo con chicos que ganan buen dinero, tal vez me saquen de trabajar. ─Lo digo con burla y mi respuesta le cambia el semblante.

Tras bajarnos del auto la acompaño hasta la puerta de su casa. Nos despedimos con un beso de amistad y me encamino hacia la calle principal a pedir otro Uber. Me quedo pensando si realmente quiero regresarme a dormir. Algo comienza a darme cierta curiosidad y decido tentar al destino: le envío un mensaje a Alan para saber dónde sigue la fiesta.

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