La ciudad se va cubriendo
de negro mientras me dirijo al viejo barrio de Ximending. La noche pinta bien
en este distrito donde los cines, las compras, los puestos de bocadillos, los
bares y funciones de arte callejeras crean un ambiente de lozanía en que los jóvenes
dan rienda suelta al júbilo del fin de semana.
Al arribar a la
estación, una avalancha de humanidad me arrastra hasta las escaleras eléctricas
que llevan al nivel de la calle. Conozco bien este lugar y mis pasos logran
desviarse de la estampida hacia un callejón semicircular lleno de bares
dispuestos uno a continuación del otro.
Haydee me espera
justo afuera del bar. Todavía no me acostumbro a su despampanante belleza, a
sus largas piernas torneadas, encasquilladas en esos shorts blancos apretados.
Sus enormes ojos casi equinos tienen esa peculiaridad de atravesarme el alma
con una mirada. Le planto un beso en la mejilla y disfruto enormemente sentir
sus labios carnosos hacerme lo mismo. Nos vemos fijamente por unos instantes,
sabemos que nos gustamos y que algo podría darse en cualquier momento.
Ella desvía su
mirada a su celular, y tras unos dedazos me dice: ─Mis amigos están por llegar.
─¿Cuántos vienen?
─Pregunto.
─Como seis. Te van
a caer muy bien. ─Me contesta, como tratando de darme ánimos, y su respuesta me
causa humor; de hecho, prefiero que haya más personas alrededor esta noche, al
menos por unas horas. Me provoca cierta desazón la diferencia de edades y ciertas
necesidades económicas que hasta el momento le he ayudado a solventar, pero no quiero
descartar el efecto y las consecuencias que algunas rondas de tragos nos puedan
traer a colación.
─Creo que lo mejor
será que vayamos pidiendo lugar para cuando lleguen. ─Le aviso, al tiempo que
me vuelvo y le hago la petición al mesero que ya se había apostado junto a la
puerta desde que nos vio llegar, o al menos lo intento: los ojos desorbitados y
actitud nerviosa me hacen entender en dos segundos que el tipo no habla pizca
de inglés. Antes de poder reaccionar, siento la mano de Haydee tomar mi brazo,
y observo como su fluido mandarín transforma la angustia del pobre sujeto en
una sonrisa de alivio. Inmediatamente nos conduce hacia una mesa para diez.
Ella se sienta muy
pegada junto a mí y empieza a jugar con mi mano.
─¿Y qué dicen tus
líneas? ─Me pregunta, como continuación de una plática que dejamos dos días
atrás cuando le hice una demostración de mis pobres intentos de
quiromancia.
─Tienes buena
memoria. ─Le respondo con una mueca de gracia mezclada con ironía. ─¿Ves esta
línea que llega casi hasta la muñeca? Significa que voy a vivir muchísimo
tiempo…
─¿Y en el amor? ─Rápidamente
interrumpe.
─Ya no tengo más
líneas que crucen la línea del amor, supongo que estaré solo el resto de mi
vida.
Mi respuesta parece desconcertarla un poco, y como si estuviera predestinado, en ese preciso momento llegan sus amigos ─siete hombres─. Nos ponemos de pie para saludarlos y hacer las presentaciones. Entonces pasa algo chistoso: ella nos empieza a acomodar y me pone en medio de otros: un sujeto menudito de lentes y un gordito simpático entallado en una camisa semi desabotonada estilo hawaiano con su amplio pecho lampiño al descubierto. Ella se sienta del otro lado de la mesa.
Empezamos a pedir
tragos, tequila en su mayoría, según ellos para honrar a sus dos anfitriones
mexicanos. Después de un rato de risas y chistes en varios idiomas entremezclados,
el gordo, que dijo llamarse Alan, deja caer su rechoncha mano sobre mi muslo
derecho, diciéndome con un inglés japonizado y una sonrisa coqueta de ojos
brillosos ─¡eres lindo! ─Más que ruborizarme, me causa ternura, y sin retirarlo
le contesto en forma muy sincera ─¡Muchas gracias! Tú también. ¿A qué te
dedicas?
─Soy representante
de ventas de teléfonos inteligentes. ─Dijo, variando su tono coqueto a una
postura galante y profesional.
─¡Qué interesante!
Yo trabajé diseñando esa tecnología algunos años atrás. ─Contesto, desviando la
conversación a terrenos profesionales. Así seguimos por un rato, sin olvidarme
de intercambiar ocasionalmente miradas de complicidad con Haydee, como tratando
de averiguarnos hasta dónde nos había ya desinhibido el alcohol, y es justo en
medio de uno de esos encuentros visuales, que un leve apretón en mi pierna me recuerda
que Alan nunca retiró su mano, y mi intempestivo desvío de la mirada hacia abajo
de la superficie de vidrio la hace darse cuenta de tal demostración homosocial de
afecto. La reacción de sorpresa de sus ojos entornados debajo de esas hermosas
pestañas negras alargadas, dan lugar a una carcajada que nos deja a todos los
comensales en un breve silencio, seguido del más delicioso contagio de alborozo
colectivo que he disfrutado en décadas.
Horas después, por
fin, ella se levanta y comienza a despedirse. Yo, tras una breve participación
en el abucheo, también me levanto y hago lo mismo.
─Te vi subir
muchas fotos a Instagram. ¿Me agregas? ─Insiste Alan.
─Claro que sí. ─Después
de intercambiar cuentas, me abraza y susurra al oído ─Sabes que soy gay,
¿verdad?
─Lo intuí. ¿Tienes
algún problema con que yo no lo sea? ─Respondo con voz suave e invitante.
─No, lindito. ─Contesta
mientras nos separamos, mirándome con esa ternura que parece serle patente.
Adentrados en los ya vacíos callejones que una lluvia pasajera ha dejado resbalosos, nos tomamos del brazo para no caernos mientras nos dirigimos hacia una avenida más transitada.
─¿Por qué no te
quedaste más rato? Al parecer hiciste un buen amiguito ─Me pregunta Haydee con
un tono de sarcasmo, y tal vez una o dos gotas de celos.
─¿Ya olvidaste que
te prometí acompañarte a casa? Está super solo. Además, eres la única en todo Taipéi
que tiene que levantarse temprano en sábado para ir a dar clases de español.
─Tu siempre tan
caballeroso y atento. Tal vez fue lo que le gustó de ti al gordito.
─¿Es lo que es atractivo de mí? ─No veo su reacción por estar pidiendo un Uber en mi celular.
En el trayecto
empezamos a poner canciones en nuestros celulares. Vamos cantando como locos.
El chofer nos ignora. Nos burlamos de los mensajes de coqueteo que Alan empieza
a mandarme y nos alternamos para contestarle.
─Tienes tu pegue
con los chicos, quien tuviera tanta suerte. ─Me dice con sorna y creando cierta distancia
a la vez.
Sé que nos acercamos a su casa.
─Sólo con chicos
que ganan buen dinero, tal vez me saquen de trabajar. ─Lo digo con burla y mi
respuesta le cambia el semblante.
Tras bajarnos del auto la acompaño hasta la puerta de su casa. Nos despedimos con un beso de amistad y me encamino hacia la calle principal a pedir otro Uber. Me quedo pensando si realmente quiero regresarme a dormir. Algo comienza a darme cierta curiosidad y decido tentar al destino: le envío un mensaje a Alan para saber dónde sigue la fiesta.
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