domingo, agosto 08, 2021

Limones Amarillos en el Jardín

Empiezo a acostumbrarme a estar mal conmigo mismo desde que tu ausencia se hizo presente. Me encojo de hombros y me lleno la cabeza de constelaciones que nos inventamos juntos en las noches de vino y telescopio. 

─Haz todo lo que ella te diga o lo vas a lamentar. Así son las embarazadas─ fue el consejo que me dio un amigo y que mantuve en mi mente todo el tiempo, menos cuando debía. Fue siempre mi idea darte todo el espacio posible y nunca discutirte, pero la casa seguía igual que siempre; era nuestra casa de pareja y no tenía ninguna señal de estar esperando nuestro bebé. Las sugerencias de comprar ropita o biberones siempre fueron denegadas y el asunto de planear los viajes de nuestras familias para venir a ayudarnos se convirtió en tabú.

Me tiro en el jardín a ver las nubes y pronto me concentro en las abejas polinizando el citrón que sembramos hace doce años, aquel que tu abuelita tundió de escobazos diciéndole que lo iba a cortar si no empezaba a dar y que el mismo verano entregó aromáticos jazmines y ya en diciembre dejaba caer al suelo jugosos limones amarillos.

Al fin, una mañana dos semanas antes de la fecha tentativa de parto, la fuente se rompió mientras te ayudaba a levantarte para ir al baño. Le mandé inmediatamente un texto a la partera y seguí las hojas con instrucciones que listaba equipo que no había visto por la casa, pero de lo que claramente me acordaba era haberte comentado ─tres meses atrás─ que procuraras todo lo que ahí decía. Al indagar sobre la localización de las cosas mi estado pasó de emoción por lo que se avecinaba, a horror por todo lo que tenía que reunir y preparar en un lapso de dos horas.

 Una tonada lejana, con cotes electrónicos de bocina mal bobinada en la radio de algún vecino, quirúrgicamente extrae de mi parietal derecho el otoño que pusimos una sartén de peltre para procurarnos la miel que de vez en cuando escurría de entre el tejado de la cochera.

Lo primero que me dijiste fue ─sube la temperatura del calentador─, a lo que respondí con una aserción labial, tratando de organizar mi mente con prioridades como prender el horno para desinfectar las cosas que se iban a utilizar durante el parto y conectar el tubo a la regadera para poder llenar la alberquita en la que el bebé nacería bajo el agua.

Las nubes que destierran el carruaje de apolo de la bóveda del recuerdo de tus besos se desploman sobre el socavón de mis sentimientos desterrados, llenándome de una neblina que quirúrgicamente devana mi cerebro en imágenes de melodías en francés donde tu y yo desnudos bebemos champagne en la bañera y nos acariciamos mutuamente con los pies.

Reconozco que lo de no saber el sexo del bebé hasta el momento de nacer fue algo que yo propuse y que los dos estuvimos de acuerdo: qué difícil fue encontrar ropa de colores o motivos neutros ─la ropa amarilla para bebé no es tan común como hubiera imaginado─. Justo estaba divagando en eso cuando volviste a recordarme lo de subirle la temperatura al boiler, a lo que volví a contestarte afirmativamente, pero de manera más gutural, denotando algo de impaciencia.

Alégrate corazón, espero que al menos tu puedas. Mi alma esta llena de plagios cibernéticos de letras que ayuden a entender nuestras sonrisas y besos en las fotos de los parques y de los cerros, encerrados entre paréntesis en la ecuación constante de nuestros reproches y regaños.

Entonces empezaron a invadir mi mente los meses de procrastinación, la falta de ropa, de biberones, sólo había un paquete de pañales de recién nacido que alguien del trabajo me regaló, la cuna estaba sin armar, tus papás ni siquiera habían comprado los boletos de avión. Nuestros “amigos” no contestaban los mensajes, el cuarto del bebé sin arreglar y sin decorar, nada de comida para el bebé: Todo esto empezó a subirse a mi cabeza, a mezclarse con todo lo que estaba en la lista, y entonces me repetiste ahora con enojo ─por favor, ve y súbele la temperatura al calentador─ y dejé de ser yo mismo. Cuando recapacité sólo pude ver lágrimas en tus ojos y una expresión de terror. Tuve una sensación de culpa como no había sentido antes, no quería ser yo ni quería que nadie estuviera en mi lugar. Jamás pensé que hubiera podido gritarte, y muchísimo menos en este momento y en esta condición. Debí abrazarte y pedirte perdón, pero me salí inmediatamente al sótano a arreglar lo del agua.

El amor es demasiado valioso, aunque sea sentirlo por tan solo un segundo, pero la vida sin muerte es simplemente imposible. Me doy cuenta de que todo sucumbía entre nos desde hacía años y de que todo el tiempo ni las canciones del mundo tenían manera de curarlo.

Mientras el agua caliente de la bañera de parto se derramaba roja sobre la alfombra, lloraste y besaste a nuestro bebé con una sonrisa que se quedó eterna en tu rostro cuando te desvaneciste en mis brazos ante la incapacidad de la partera de contener tu hemorragia antes de que llegara la ambulancia.

Esta mañana la radio me cura y me hace alucinar los limones caer sobre las faldas de la abuela, que en seguida va y los ofrenda a los reyes y reinas del panal que jamás pudimos ver.

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