Descansos en los pasillos donde la cotidaneidad nos amaga con preguntas absolutas de seres inexistentes que consuelan el materialismo con el que nos enfrentamos día a día en nuestro equidistante e inmaterial ser viviente, del que de pronto, en el momento menos esperado, nos damos cuenta que nos ha dejado, y deja vacíos los encuentros de soledad mundana y compresa en reductos innatos de juventudes malsanas y ansiosas de ver hasta donde pueden hoy sus ojos cerrarse, verse hacia adentro y comenzar el viaje nada formal a través de las venas, llegar al corazón y de nuevo empezar el viaje sin fin, monótono... aburrido.
Que aburrido ser sangre, pero que divertido viajar hasta la muñeca y encontrar esa cruz de luz recién hecha, sin costra alguna, un escape al tedio del ir, venir, salir y chapotear en la tina, en la piel, resbalar por brazos y piernas, sentir como la temperatura sigue bajando, bajando hasta que un frío de muerte se deja sentir.
Que fría es la libertad después de todo.
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