Cuando se tira un trozo de carne al asador lo menos que se piensa es de dónde vino antes de ser tomado de un refrigerador del supermercado. Comúnmente lo que pasa por la mente es el precio y en ocasiones la calidad. Es muy cómodo limitar el nivel de consciencia en este aspecto y evitar cuestionarse: ¿cómo es posible criar tanto ganado para proveer de este producto a billones de personas?, ¿quiénes se llevan la mayor parte del dinero que se está pagando?, ¿cómo afecta directamente la biodiversidad y la generación de oxígeno en el planeta?
La crianza de ganado bovino es responsable
por el ochenta por ciento de la deforestación mundial y es una pieza importante
de lo que se conoce como “agronegocios”. En Brasil esta industria tiene una
derrama económica que conforma la quinta parte del producto interno bruto (PIB)
y a su vez es el mayor causante de la tala y quema ilegal de la selva del
Amazonas, que es un ecosistema considerado el pulmón del mundo; no por el seis
por ciento de oxígeno que libera a la atmósfera sino por la cantidad de
nutrientes que crean el balance perfecto en el mayor generador de oxígeno del planeta: el océano.
La corporación brasileña de productos cárnicos JBS tiene
ganancias brutas anuales por cuarenta y seis mil millones de dólares a nivel
mundial, y el veinticuatro por ciento de estos ingresos provienen de sus
negocios en Brasil[1].
Es importante recalcar que esta empresa es reconocida como una de las más
corruptas en el mundo por su involucramiento en varios de los peores escándalos
de esta índole registrados en la historia de la humanidad. En el último, su
entonces CEO Juan Batista recibió inmunidad al incriminar a numerosos políticos brasileños (incluído un expresidente), revelando que repartió entre ellos ciento cincuenta millones
de dólares en sobornos. A JBS sólo se le impusieron multas por tres mil y medio
millones de dólares.
Las empresas pertenecientes a la familia Batista
tienen fuertes vínculos con el actual presidente de Brasil: Jair Bolsonaro, que
durante su controversial campaña prometió liberar “hasta el último milímetro
del Amazonas” a los ganaderos y madereros, proporcionándoles libre acceso a
áreas protegidas de la mayor reserva ecológica del planeta: ¡y cumplió! A su
llegada al poder, una de sus primeras acciones fue subordinar la agencia encargada
de la protección ambiental FUNAI al Ministerio de Agricultura, cuyos líderes
están fuertemente vinculados a JBS. Desde entonces se han incrementado en un ciento
cincuenta por ciento los ataques a organizaciones sociales comprometidas con la
defensa de la selva y alrededor de mil quinientas personas[2]
han sido asesinadas defendiendo sus tierras.
Pero la resistencia existe, y una de sus
principales líderes es Sônia Guajajara, acreedora al premio de derechos humanos
Letelier-Moffitt por su postura defensiva en contra de corporaciones poderosas
y un gobierno opresor. La ex-candidata a la presidencia de Brasil por el
Partido Socialismo y Libertad sostiene que “Bolsonaro es una amenaza para el
planeta” e imputa como patrocinadores de su ascenso al poder a JBS y otras empresas
transnacionales con intereses agroeconómicos, creando así consciencia de que la
destrucción de la selva es responsabilidad internacional: “los que derriban
árboles no sólo están afectando a nuestro país, sino a todo el mundo”.
Lamentablemente los esfuerzos proteccionistas
de los indígenas del Amazonas son insuficientes: en 2021 Brasil anunció que la
deforestación creció en un cuarenta y tres por ciento con respecto al año
anterior y que en los primeros cuatro meses de ese año llegó a mil doscientos
kilómetros cuadrados[3];
sin embargo, estos son los datos oficiales de un gobierno que públicamente ha proyectado
una postura internacional en defensa del medio ambiente pero que es denunciado
por organizaciones de activismo ecológico por fomentar subrepticiamente la toma
de zonas protegidas tal como se prometió en campaña: “los países industrializados
se han hecho ricos destruyendo sus bosques y ahora nos critican por aprovechar
nuestros recursos y buscar nuestro propio enriquecimiento”.
Efectivamente, los agronegocios (que
también incluyen la industria maderera) han reportado un auge importante
durante la influencia de JBS sobre el gobierno, pero sólo una fracción mínima del
enriquecimiento ha beneficiado a los pequeños y medianos productores locales,
siendo los mayores beneficiados las grandes corporaciones. Las exportaciones de
este sector han incrementado veinte por ciento anualmente desde el escándalo de
2017, inclusive después de que EUA prohibiera permanentemente en ese mismo año las
importaciones de carne brasileña por su baja calidad e higiene[4].
Actualmente los principales importadores cárnicos son Hong Kong, China y Egipto.
No es tampoco de sorprender que Rondȏnia, uno de los estados de Brasil con
menor volumen de producción de ganado bovino, y situado dentro del área del
Amazonas, haya reportado un crecimiento del sesenta y dos por ciento en el mes
de Diciembre de 2019.
Teniendo en mente todos estos datos sería
conveniente cuestionarse si el beneficio personal y la derrama económica tras
la adquisición de un paquete de carne de res realmente valen la pena en
comparación al impacto social y ecológico que conlleva, ya que la sangre
contenida en ese envoltorio de plástico no sólo es del animal que se crio en el
terreno abatido e incinerado de alguna selva o bosque, también lo es de las
personas que murieron tratando de defenderlo.
[1] En comparación, la multinacional McDonalds tiene un ingreso bruto
anual de veintiún mil millones de dólares.
[2] Dato de 2019.
[3] Similar a la superficie de la ciudad de Los Ángeles, California, EUA.
[4] La FDA encontró diversas enfermedades y contaminantes en la carne, incluyendo,
pero no limitado a hule de llantas, heces fecales y cenizas.