miércoles, mayo 18, 2011

El Caminito

Había una vez un caminito.
El caminito cruzaba un bosque de encinos.
Había encinos de hojas grandes y de hojas pequeñitas.
El caminito cruzaba el bosque y varios riachuelos,
y quienes por ahi pasaban lo mantenían vivo; cuando un encino moria, caía y lo obstruía,
el caminito era retrazado con el pasar de ardillas, osos, armadillos, zarigüellas, zorrillos, conejos, liebres, y unas criaturas muy curiosas llamadas hombres, que tenian la piel roja y vivian en armonía con el bosque y los demás animales, ya que ellos se consideraban uno más de ellos,
y los consideraban sus hermanos; hermano oso, hermana liebre, hermana águila.
Pasaron años, lustros, siglos,
y el caminito vivió y vivió todo ese tiempo,
hasta que llegó otra clase de hombres que no consideraban a los hombres rojos sus hermanos, y tampoco a las liebres, ni los osos, ni las aguilas.
Éstos hombres tenían la piel blanca.
El hombre blanco llegó y cortó los árboles, construyó carreteras, cambió el curso de los rios y construyó casas donde por milenios vivieron los árboles y los animales,
y el caminito que antes no conocía ni principio ni fin, un día se vió atrapado en el último reducto de un bosque, atrapado en medio de la gran ciudad.
El hombre blanco construyó otro camino donde le era fácil caminar, un camino de concreto, y olvidó al caminito "de tierra", como le llamaba.
Hasta que un día, un muchacho empezó a recorrer todos los días el camino de concreto.
El caminito lo veía de entre los arbustos, arbustos que cada vez lo hacían más estrecho,
y le llamaba la atención que el muchacho se detenía a escuchar a los pájaros,
a escuchar al riachuelo,
a poner a salvo a despistados caracoles que caminaban por el camino de concreto sin saber el peligro que les acechaba. Que cuando los escarabajos nacían por decenas, él era el único que tenia cuidado de pisar con cuidado para no aplastarlos, y que sentía tristeza de ver que alguien que habia pasado antes no había tenido el mismo cuidado.
Hasta que un día, aquel muchacho, en un vistazo, descubrío el caminito. Al principio creyó que sólo era un clarillo en el bosque,
pero al dar uno o dos pasos fuera del camino de concreto, el caminito se abrió gustoso y le mostró una ruta libre del sol, llena de verdor, que invitaba a la aventura.
El muchacho titubeó un momento, después de todo, quien sabe que peligros acecharían en ese camino desconocido, fuera de la seguridad de lo ya establecido.
Pero un impulso en su corazón lo sacó del trastabileó, y dio uno, dos, cinco... cien pasos.
De repente, al volver la vista atrás, no había más que árboles, y el muchacho se sintió como nunca se había sentido:
vivo, salvaje, descubriendo algo nuevo;
y él no lo sabía, pero el caminito también se sentía igual, explorado, temido, y de nuevo infinito.
El muchacho y el camino ahora son amigos. Se muestran diferentes el uno al otro día con día.
El muchacho ahora dibuja rodeos alrededor de árboles caídos, rodeos que hacen al caminito seguir vivo... sentirse vivo.
Así era cuando lo vi, y si vas por alli, sé un poco salvaje, y tal vez, el caminito se descubra también a ti.

2 comentarios:

Ruth dijo...

No lo había leído hasta hoy, es muy muy hermoso...

Feliponcho dijo...

No me sorprende